Mateo 7: 21-23: »No
todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino
sólo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel
día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos
demonios e hicimos muchos milagros?” Entonces les diré claramente: “Jamás los
conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!”
Entonces, así en
el nombre de Cristo hagamos milagros, obremos en sanidades, demos a los pobres,
asistamos al huérfano, a la viuda y al extranjero o al que no tiene techo,
etc., todo eso no nos hace exentos de
ser excluidos del Reino de los Cielos; y así obremos y aún hagamos mayores
cosas que el Maestro no asegura que nuestro pasaje al paraíso ya este pagado.
Ahora, ¿Qué
garantiza que el Señor de la mies nunca nos diga “jamás los conocí”? – Pues la
voluntad del Padre. Entonces, para conocer la voluntad del Padre, debemos
primero conocer la voluntad del Hijo. Son voluntades diferentes pero que se
entrelazan muy bien.
·
La Voluntad del Hijo:
Todas las enseñanzas de Jesús concluyen que así como Él vino al mundo
a enseñarnos que Él es el verdadero y único camino al Padre, nosotros debemos también
enseñar que Jesús es el Único Camino al Padre y que por medio de Él el hombre
puede reconciliarse con Dios. Esto es LA GRAN COMISION. Y para llevar a cabo
esta tarea nos dio en su Nombre autoridad para echar fuera demonios; hablar
nuevas lenguas; tomar en las manos serpientes, y si bebiéramos cosa
mortífera, no nos haría daño; sobre los enfermos pondríamos las manos, y sanarían. (Marcos 16: 15-17). Entonces, podemos concluir
que la voluntad del Hijo es que prediquemos el evangelio a toda criatura y a
esto llamamos LA GRAN COMISION.
·
La Voluntad del Padre:
Por
otro lado, la voluntad del Padre no es más que vivir en santidad, porque
escrito está: “Sed santos como su Dios es Santo…” (Levítico 11:44; 1 Pedro 1:15-16).
Entonces, hay un
deseo en común entre el Padre y el Hijo y es que NADIE PEREZCA, SINO QUE TODOS
PROCEDAN AL ARREPENTIMIENTO” (2 Pedro 3:9), y este deseo se cumple cuando un
pecador se arrepiente y acepta que Jesús sea el Salvador y Señor de su vida, decisión
que conduce al hombre a estar reconciliado con Dios.
Pero después que
el deseo o anhelo divino se logró en nosotros, viene una vida de compromisos,
deberes y derechos espirituales con resonancia terrenal. Y en esos compromisos
y deberes espirituales priman dos: la voluntad del Hijo y la voluntad del
Padre.
Cuando empezamos
nuestro caminar espiritual, un derecho que nos asiste es recibir cuidados y
alimentos necesarios para un sano crecimiento, pero es deber en nosotros también
que pongamos de nuestra parte para crecer. Lo ideal en nuestro desarrollo sería
que desde el primer día de nacer de nuevo, pongamos en práctica la gran comisión,
tal vez de una manera incipiente pero que, aún así, la pongamos en práctica. Cuando en nuestro desarrollo espiritual hemos
conseguido cierto grado de madurez en nuestro carácter personal, entonces, es
momento de poner aun más énfasis a la gran comisión, y ahora no solamente
predicando o publicando que el reino de los cielos se ha acercado y que el
hombre puede reconciliarse con Dios a través de Jesucristo, sino también empezar
a hacer discípulos, consolidándolos, fortaleciéndolos y, en su tiempo, enviándolos
a hacer lo mismo. Entonces la voluntad de Cristo es la gran comisión, pero a la
par también es nuestro deber, ser santos. La Biblia nos dice que sin santidad
nadie verá a Dios (Hebreos 12: 14). Es bueno trabajar en la mies del Señor, es
bueno gastarse en eso, pero si no vivimos una vida santa, si no buscamos
santificarnos podremos ganar el mundo para Cristo y perder el alma, como dice
Mateo 8: 36. Y para entender mejor este pasaje, el versículo anterior (vr.35) nos
dice “que todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda
su vida por causa de Cristo y del evangelio, la salvara”- entonces, aquí no
sólo nos habla que si estamos en persecución por Cristo o el evangelio, o si
somos obreros afanados en la extensión del reino y por esa causa gastamos
nuestros recursos físicos y materiales, ¡No! Estos versículos también nos aclaran
la mente y abren nuestro entendimiento para descubrir que el Maestro nos habla
de SANTIDAD. El infierno está lleno de predicadores, ministros, y conocedores
del santo evangelio, pero, ¿Qué pasó con ellos? Es que como claramente nos dice
Hebreos 12:14, SIN SANTIDAD NADIE VERA A DIOS, y varios textos bíblicos nos refieren
de santidad y nos dicen que Dios viene por una Iglesia SANTA, sin manchas ni
arrugas.
Pero, entonces ¿La
gran comisión no es importante? – Sí, la gran comisión es importante e
indiscutiblemente es algo que todos debemos hacer, pero la santidad es lo que
nos llevará a ver el rostro del Señor y gozar de su presencia por la eternidad.
Ahora, definitivamente no puedo decir que estoy viviendo en santidad o
intentando hacerlo si no cumplo la gran comisión, porque la gran comisión lo hacemos por obediencia al
Maestro y si no lo estamos haciendo, si estamos postergando trabajar en ello,
si estamos omitiendo y pasando por alto el comprometernos en hacer esa tarea, entonces,
estamos en pecado de desobediencia, por lo tanto no andamos en santidad y como
consecuencia estamos destituidos del reino de los cielos. Entonces, ¿Eso quiere
decir que puedo trabajar en la gran comisión pero no ser salvo? – exacto,
podemos ganar el mundo para Cristo pero al resistirnos a morir por su causa y
por el evangelio, significa que no estamos en Santidad. Es verdad que al
aceptar a Cristo en nuestros corazones Él nos santifica, pero la santidad es un
constante, es una búsqueda diaria, es ofrecer todos los días nuestros cuerpos
en sacrificio vivo; sacrificio que debe ser quemado con fuego, el Fuego del
Espíritu Santo.
Hermanos, no nos
engañemos a nosotros mismo, podemos ganar el mundo para Cristo, y perder el
alma porque… ¡SIN SANTIDAD NADIE VERÁ AL
SEÑOR!