Cuando sentimos que algo extraño entró en nuestros ojos, por lo general tenemos la mala reacción de llevar nuestras manos a los ojos, para intentar restregarlos hasta lograr que aquello que entró salga inmediatamente. Y no sólo es que aquella basurita en el ojo nos impida la visión, sino que su presencia allí dentro, nos obliga a cerrar los ojos, muy aparte de la molesta incomodidad que se siente. En lo espiritual sucede algo similar, a veces sin darnos cuenta algo “extraño” entró en nuestro corazón, distorsionando u opacando nuestra visión de las cosas espirituales, haciendo que nuestro corazón se “cierre” a la voluntad de Dios para con nosotros, y provocando esa sensación desagradable al habernos separado de Él.
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